Aquella primaveral mañana de domingo, en la bahía de Espíndola el mar se quedó dormido.
Un manto deshilachado de nubes grises, oculta entre sus costuras tímidos rayos de mayo.
Cerca del embarcadero, cabizbajo y pensativo, me encontré con el silencio que me mostró en la marea sombras de grandes veleros, Vapores en blanco y negro.
Vi la huida clandestina traicionada y abatida, la esperanza esperanzada pacientemente aguardando con maleta de madera El vapor del medio día.
Centenarias caleteras testigos de la partida van recogiendo deseos ahogados en la bahía.
¡Adiós! ¡Volveré pronto! ¡Yo te reclamo! Palabras que se perdieron cartas que nunca llegaron.
Susurros de azul salado acariciaron mis labios, maresía de ola mansa encaminaron mis pasos.
Sobre la playa Las olas adormecidas, esparcían en la arena efímera espuma blanca.
Cerca del acantilado fui destrenzando mis pasos, apaciguando mi llanto, reencontrando mis recuerdos que descalzos me esperaban sobre la proa de un barco.
Acaricié muy despacio a modo de despedida, aquellos maderos viejos que aún llevaban escrito Santa Ana en su costado.