Puerto Espindola

Aquella primaveral
mañana de domingo,
en la bahía de Espíndola
el mar se quedó dormido.

Un manto deshilachado
de nubes grises,
oculta entre sus costuras
tímidos rayos de mayo.

Cerca del embarcadero,
cabizbajo y pensativo,
me encontré con el silencio
que me mostró en la marea
sombras de grandes veleros,
Vapores en blanco y negro.

Vi la huida clandestina
traicionada y abatida,
la esperanza esperanzada
pacientemente aguardando
con maleta de madera
El vapor del medio día.

Centenarias caleteras
testigos de la partida
van recogiendo deseos
ahogados en la bahía.

¡Adiós! ¡Volveré pronto!
¡Yo te reclamo!
Palabras que se perdieron
cartas que nunca llegaron.

Susurros de azul salado
acariciaron mis labios,
maresía de ola mansa
encaminaron mis pasos.

Sobre la playa
Las olas adormecidas,
esparcían en la arena
efímera espuma blanca.

Cerca del acantilado
fui destrenzando mis pasos,
apaciguando mi llanto,
reencontrando mis recuerdos
que descalzos me esperaban
sobre la proa de un barco.

Acaricié muy despacio
a modo de despedida,
aquellos maderos viejos
que aún llevaban escrito
Santa Ana en su costado.