¿ Qué ha sido del espíritu navideño, de aquella época en la que los Cristianos celebrábamos el nacimiento de Jesús, de la época en la que la felicidad inundaba nuestros hogares, nos reuníamos para cantar villancicos, compartíamos y nos deseábamos felicidad y prosperidad?
¡Qué poco queda de ella! El consumismo se ha encargado de anularlo y con tanta fuerza ha irrumpido en nuestras casas que nos ha convertido en marionetas, nos dirige a su antojo e incluso se permite el lujo de burlarse de nosotros porque a su llamada acudimos todos en masa a los centros comerciales y acatamos sus órdenes.
Allí, mercancías de todo tipo con las mejores ofertas y con ventajosas formas de pago nos esperan para hacernos felices.
Pero pudiera ser que aún nos mostremos indecisos y nos surja en último momento la duda de si es sensato gastar nuestro salario que con tanto esfuerzo hemos conseguido, entonces la publicidad hará su aparición y como aliada del consumo nos guiará hacia el objeto deseado.
En estos días no se repara en gastos, no se oyen quejas, ni se preguntan los precios. Degustamos los mejores manjares, vestimos con nuestras mejores galas y compramos cuantiosos regalos para nuestra familia y amigos.
Poco importará que no dispongamos de dinero propio, las tarjetas de crédito nos “ facilitarán” las compras y la vida.
Inevitablemente caemos en la trampa pero lejos de sentirnos mal, la felicidad nos invade tras nuestra primera compra, así que contentos y llenos de júbilo por nuestra dicha, continuamos comprando y comprando día tras día hasta acumular objetos de todo tipo: móviles, televisores, videoconsolas, ropa, juguetes….por supuesto todo de las mejores marcas.
Incluso para autoconvencernos de la necesidad de comprar, somos capaces de aplicarnos la típica excusa de que nos merecemos un capricho por lo mucho que hemos trabajado o que éste es un regalo para demostrar a nuestros seres queridos nuestro amor y cariño.
Olvidamos pronto que hasta hace poco un simple regalo nos colmaba de felicidad y que los niños apenas tenían juguetes pero eran felices.
Nos hemos convertido en esclavos de este consumismos atroz que ha sabido reemplazar el valor de las personas por los bienes materiales que poseemos. Desgraciadamente, hoy en día se nos valora por lo que tenemos no por quienes somos o por lo que podemos aportar.
¡Cuánto daño está haciendo este consumismo a la economía familiar y cuánto está cambiando la personalidad de los jóvenes que presumen y compiten por llevar las mejores marcas rechazando a quien no cumpla el rol impuesto! Reflexionemos, cambiemos nuestros hábitos de consumo, compremos solo lo necesario, protejamos así al medio ambiente y a nuestros bolsillos y pensemos que NO TODO LO QUE IMPORTA HAY QUE PAGARLO.