El poder del corazón

Los seres humanos tratamos en todo momento de encontrar una explicación
razonada a todo cuanto nos sucede, incluso, a las casualidades, en especial si un cúmulo
de éstas acaba afectando a nuestra vida. No sé, si mi capricho y obstinado destino
llevaba tiempo tramándolo todo, pero sí sé, que me esperó aquella mañana en el
aeropuerto y no cesó en su empeño hasta asegurarse de que me fueran sucediendo un
puñado de dulces casualidades que tenía preparadas para mí.
Quizás todo lo que me ha ocurrido solo sean simples coincidencias,
emocionantes y alegres coincidencias que un buen día se colaron sin previo aviso en el
camino de mi vida y se empeñaron en abrir mágicamente la puerta de mi corazón,
obligándome a hacer un alto en el camino, recordándome que soy una privilegiada a
pesar de que ande todo el día entre quejas y lamentos, enseñándome que una simple
sonrisa, un tierno gesto y unas dulces y consoladoras palabras tienen la capacidad de
aliviar el sufrimiento y que paradójicamente, son gratis. Solo tenemos que asegurarnos
de que debemos hablar con la voz que emana directamente del corazón para que se
produzca la magia.
Confieso que en numerosas ocasiones he cometido el error de mirar para otro
lado cuando siento que alguna situación puede trastocar mi cómoda y organizada vida.
Muchas han sido las veces que me dije a mí misma cuando escuchaba que alguna
embarcación procedente de la costa de África había llegado a Canarias, que este
problema no iba conmigo, que eran otros quienes debían solucionarlo y pasaba página
rápidamente. Pero hace unos días, como un bofetón que de vez en cuando te da la vida
para que despiertes y actúes, esta trágica realidad de la inmigración esperó por mí junto
a la puerta de embarque del aeropuerto.

La noche del jueves veintiuno de diciembre, con la primera de las coincidencias,
comenzó a escribirse este mágico cuento de Navidad en el que la protagonista es una
bonita amistad que no atiende a la razón sino al corazón.
A las ocho de la noche finalizaba mi jornada de trabajo con el cansancio
acumulado de la semana, pensando en todo lo que tenía que organizar antes de irme a la
cama porque al día siguiente, debía estar en el aeropuerto para tomar el primer vuelo
con destino a Tenerife. Me hubiera venido mejor volar algo más tarde, pero no era
posible porque las plazas estaban agotadas.
Aunque ya me había hecho a la idea de que me esperaba un buen madrugón, al
llegar a mi casa quise comprobar una vez más si se había producido alguna cancelación
de última hora. Entré en la página de la compañía y rellené mis datos. Origen,
Lanzarote, destino, Tenerife Norte…Esperé unos segundos y … ¡No podía creerlo!
Había quedado una plaza libre en el vuelo de la once y veinte. Así que, sin perder
tiempo, me dispuse a efectuar el cambio.
̶ ̶ Su cambio de vuelo ha sido realizado ̶ ̶ dijo amablemente la joven que me
atendió al otro lado del teléfono.

Después de pasar el control, me acomodé en una de las sillas para esperar el
embarque mientras me entretenía con mi teléfono móvil. Tan absorta estaba en él que
no me percaté de que un grupo de chicos de origen magrebí y subsahariano había
formado fila india a mi lado. Me sorprendí al verlos, pero pronto comprendí que se
trataba de un grupo de migrantes que iba a ser trasladado a uno de los dos dispositivos
que hay en Tenerife.
Y comencé a mirarlos, disimuladamente primero y con descaro después. Me
llamó la atención que, aunque todos eran mayores de edad, solo parecían niños
asustados. No hablaron entre ellos, tampoco los vi esbozar siquiera una pequeña sonrisa
como lo hubiera hecho cualquier joven de su edad, solo vi en sus caras una profunda
tristeza y un cruel y escalofriante miedo. Vestían igual, chaquetón azul, pantalón de
deporte negro y zapatillas negras. Imposible pasar desapercibidos. Y mientras los
observaba pensé en todo lo que tuvieron que sufrir hasta llegar a Lanzarote, en el cruel
desierto, en el traicionero mar al que tuvieron que hacer frente sentados en el cayuco
mientras intentaban divisar en el horizonte las luces que les salvarían la vida, en el
hambre y en el frío, en los rezos de sus familias, en las despiadadas mafias. Pensé en los
compañeros que no habrían podido soportar la dura travesía y en el camino de
obstáculos que aún debían sortear hasta adaptarse a la vida en España, hasta que el
maldito sistema del primer mundo decida acogerlos y aceptarlos.
̶ ̶ ¡Qué valientes! ̶ ̶ pensé ̶ ̶ y los miré y los miré y no pude evitar sentir lástima
por ellos mientras escuchaba comentarios desafortunados que no merece la pena
reproducir.

Pasados unos minutos, el vuelo 417 de la compañía Binter, efectuó su embarque
a la hora prevista. Todos los pasajeros comenzamos a acceder al avión. Yo tenía
asignado el asiento 15 D y como había transcurrido un tiempo y nadie se sentaba a mi
lado, comencé a pensar que aquella plaza quedaría libre.
̶ ̶ Excuse me madame ̶ ̶ dijo pidiéndome permiso un joven para acceder al
asiento junto a la ventanilla.
Sí, mi compañero era uno de aquellos jóvenes que tanto miré minutos antes. Un
chico subsahariano de unos treinta años, alto, delgado, de manos grandes, ojos rasgados
y una pequeña barba.
El destino había intervenido de nuevo para que la segunda de las coincidencias
se produjera, pero esta vez, mi maldita prudencia, esa que desde pequeña me enseñaron
a tener con esas tonterías que siempre me dijeron que cada uno se solucione sus
problemas y que no se puede ayudar a todos, me obligaron a encerrarme en mi mundo y
a continuar con la lectura, aunque mi deseo fuese hablar con él. Confieso que lo intenté,
intenté actuar tal y como me enseñaron, pero mi corazón me empujaba una y otra vez
para que me atreviese a preguntarle su nombre, su país de origen, incluso se me pasó
por la cabeza darle mi número de teléfono por si alguna vez necesitaba mi ayuda. Sabía
que el momento era ahora porque una vez abandonásemos las instalaciones del
aeropuerto le perdería la pista para siempre y sería imposible contactar con él.
Pero tristemente, la razón terminó ganando al corazón. Al bajar del avión seguí
sus pasos con mi mirada y lamentablemente lo dejé ir.
En ese mismo momento comprendí que nunca más volvería a ver a aquel joven y
una angustia constante comenzó a culpabilizarme porque estaba segura de que
necesitaría mi mano para poder continuar su viaje. Mi culpabilidad me acusaba
preguntándome cómo pude dejarlo marchar sin darle mi número de teléfono, cómo no
me atreví siquiera a preguntarle su nombre.

Aquellos días fueron tristes para mí. Sí, lo sé. Seguro que tú también te estás
preguntando cómo podía echar de menos a una persona que no conocía. Lo siento, no
puedo responderte. Ni yo misma lo sé. Lo que sí sé, es que mis sentimientos eran reales.
Ni el transcurso de los días pudieron borrar de mi pensamiento aquella triste
imagen que había presenciado. A esta sociedad, la nuestra, la que se enorgullece de
llamarse occidental y desarrollada, aún le queda mucha hipocresía por enterrar. Aquella
fila, era la de la discriminación y la de la vergüenza, eso sí, enmascarada bajo las buenas
palabras, bajo la excusa del protocolo y de la ropa limpia, la fila de la marginalidad
aceptada por todos.
La tarde del veintinueve de diciembre, decidí que no podía seguir de brazos
cruzados y con total determinación comencé la difícil tarea de buscar a aquel joven que
había balanceado mi vida de confort.
Ya habían pasado siete días desde aquel vuelo. Sabía que era una tarea difícil
porque había aproximadamente dos mil migrantes entre los dispositivos de Las Raíces y
Las Canteras y porque los traslados a la península se producían con gran rapidez por la
saturación de estos centros. Además, yo no podía buscarlo personalmente en Tenerife
porque ya estaba de regreso a Lanzarote.
̶ ̶ Será difícil encontrarlo, me repetía una y otra vez. Apenas sé nada de él ¿Qué
podía hacer? ¿Quién podría ayudarme?
Los pocos datos de que disponía eran muy comunes, pero tenía que intentarlo,
por él y egoístamente por mí.

Poco podía averiguar desde Lanzarote, pero aún así consulté a miembros de la
Cruz Roja y hablé con responsables de los dos centros de migrantes. No necesité
explicaciones, sus caras de asombro me lo decían todo.
Además de su físico, sabía de él que hablaba inglés porque cuando estábamos a
punto de llegar a nuestro destino, cruzamos unas palabras. Había perdido su
comprobante de vuelo y aunque le dije varias veces que era un documento que carecía
de importancia continuó buscándolo con desesperación hasta encontrarlo. Entendí, que
cuando estás en situación de vulnerabilidad, cualquier documento por simple que sea, te
parece importante.
Al día siguiente, me pareció buena idea anotar cada detalle que recordaba, cada
curiosidad. Tenía más deseos que pruebas, pero con los pocos datos de que disponía,
pedí ayuda a todas las personas que pudieran echarme una mano, en especial a las
asociaciones de migrantes y a los voluntarios que se acercan a diario hasta los
campamentos. También envié mensajes a través de las diferentes redes sociales
esperando que alguien me respondiera.
Muchos contestaron. Todos fueron muy amables, pero todas las respuestas me
desilusionaron. Sentí que poco o nada les importaba mi preocupación. Incluso aquellos
que presumen de abanderados en los medios de comunicación se limitaron a darme una
disculpa que sonaba a mentira.
̶ ̶ Imposible, es como buscar una aguja en un pajar.
̶ ̶ Te deseo mucha suerte y te felicito por tu bonita iniciativa.
̶ ̶ Lo siento, pero no es posible, sin nombre o fotografía es muy difícil.

Me sentía muy triste porque nadie mostró interés alguno por ayudarme, nadie
comprendió mis sentimientos. Probablemente muchos se preguntarían quién en su sano
juicio deseaba ayudar a un migrante por el simple hecho de haber coincidido con él en
un avión. Éste sería el pensamiento lógico de quienes presumimos de llamarnos
humanos.
Quizás, solo quizás, pudieron haberme respondido que preguntarían a los chicos
que salen a diario del dispositivo si conocían a algún compañero que hubiese llegado el
día veintidós de diciembre o simplemente que lo intentarían, pero todos optaron por la
respuesta fácil.
Dos días después no recibía ninguna noticia esperanzadora, así que a pesar de
que deseaba con todas mis fuerzas encontrar a aquel muchacho, comencé a darlo todo
por perdido. Disculpé a mi culpabilidad ocultándola bajo mi resignación y le deseé de
todo corazón que algún día pudiese alcanzar por el camino del bien todos los sueños que
vino persiguiendo. Intentaba con mis buenos deseos colocar sobre mis sentimientos y
mis pensamientos, un escudo protector que me liberara de toda culpa.
Pero mi dulce destino, que me observaba de cerca, volvió a usar la magia para
mí y comenzó a organizar secretamente la tercera de las coincidencias.
̶ ̶ Sé quién puede ayudarte. ̶ ̶ Me escribió mi tía Luisa alegremente.
̶ ̶ ¿Quién? ̶ ̶ Le pregunté incrédula pues ya había perdido toda esperanza.
̶ ̶ La pareja de Julieta trabaja en el dispositivo de Las Raices. Es un buen chico,
si le pides que te ayude, lo hará. ¿Quieres que le pregunte si puede echarte una mano?
̶ ̶ ¡Claro que sí! ̶ ̶ le respondí ̶ ̶ Cómo iba a responder que no. Ésta era la única y
última esperanza que tenía.
Así que después de darle a mi tía los datos que me parecían de mayor interés,
esperé pacientemente que se produjera el milagro. Una mezcla de esperanza,
incredulidad y nervios se mezclaron en un primer momento en mis pensamientos.
Afortunadamente las buenas noticias se sucedieron muy rápidamente. No hubo tiempo
para desilusiones.
Por fin alguien creía en mí y estaba haciendo todo lo posible por ayudarme.
̶ ̶ Estamos accediendo a la lista de trasladados del día veintidós.
̶ ̶ Hemos localizado el módulo donde fueron alojados.
̶ ̶ El chico está localizado, se llama Ibrahim. Tiene tu número de teléfono.
Ibrahím, ¡Qué nombre tan bonito! ̶ ̶ pensé ̶ ̶ y no pude evitar que en ese mismo
instante se me escaparan un puñado de lágrimas que mi corazón llevaba reteniendo
varios días. Alegres lágrimas, felices y desahogadas lágrimas. Cuando los dulces sueños
acarician nuestro corazón y se produce la magia, éstos se transforman en realidad.
Entonces, solo entonces, los colores de la felicidad son capaces de brillar incluso
en un puñado de lágrimas.
Aquella misma tarde del día dos de enero, recibí la llamada que tanto había
deseado.
̶ ̶ Hola, señora, soy Ibrahim. Así sonaron sus primeras palabras en un perfecto
inglés en el que me perdí apenas unos segundos después de empezar a hablarme. Solo
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acerté a decirle que mejor nos comunicásemos por escrito porque mi torpeza con el
idioma solo me permitía defenderme con la escritura.
̶ ̶ Tras sus primeras palabras, su fotografía. Sus ojos grandes y almendrados solo
me hablaron de tristeza y la seriedad de su rostro parecía obligar a sus labios
perfectamente delineados, a silenciar tanto sufrimiento vivido. La perfección de sus
facciones no podía ocultar tanta pena.
̶ ̶ ¡Qué guapo es mi niño! ̶ ̶ pensé.
Confieso que en un primer momento sus silencios prolongados tras mis
preguntas, me hicieron dudar de él. A punto estuve de bloquear su número cuando le
pedí la prueba definitiva que alejaría de mí todo atisbo de duda, una foto de su
comprobante de vuelo, del mismo que días antes yo resté importancia. Estaba
completamente segura de que él aún lo conservaría.
Nunca me alegró tanto ver un resguardo de avión usado. Efectivamente
correspondía al vuelo 417 del día 22 de diciembre, asiento 15 F. De corazón le pedí
perdón.
Desde aquella tarde de enero hablamos casi a diario y nuestra amistad se ha ido
afianzando día a día.
Sé que aún es pronto para que asuma todo el sufrimiento que ha vivido, por eso
no quiero atacarlo con preguntas dañinas y voy aceptando lo que poco a poco me va
contando. Lo escucho, lo aconsejo y lo animo.

Aunque sus padres son naturales de Mali, Ibrahim nació en Sampa, ciudad de
Ghana fronteriza con Costa de Marfil. Tiene treinta años y es el menor de ocho
hermanos. En Sampa se crio y fue a la escuela. Domina varias lenguas y dialectos, el
árabe, francés, inglés, hausa, asante y gao y ya está aprendiendo español.
Un día me contó que ésta no era la primera vez que lo intentaba. Hace unos años
llegó a Libia con la esperanza de cruzar el Mediterráneo. Allí permaneció seis años
esperando una oportunidad que no llegaba.
Una noche, mientras dormía en uno de los campamentos asignados para los
refugiados, fueron asaltados por milicias afines al gobierno. Además de robarles lo poco
que tenían, los hombres fueron golpeados y azotados con tubos de goma, mientras las
mujeres eran abusadas en presencia incluso de sus maridos y hermanos.
Sin fuerzas para continuar, emprende el camino de regreso a su casa. A la
debilidad de su cuerpo se sumó la tristeza de su alma. Fue muy duro emprender el
regreso con las manos vacías, pero el consuelo y comprensión de su familia sosegaría su
tristeza.
Hace dos años, la fatalidad hizo que su padre enfermara y falleciera. Creo que
ese fue el detonante definitivo que le obligó a intentarlo de nuevo, porque
constantemente menciona a su familia como si éste fuera el único motor que le impulsa.
Con el dinero que consiguió reunir y con todos los ahorros de su hermano
mayor, antes de que amaneciera, para evitar así la dura despedida, emprende de nuevo
el camino hacia la libertad junto con su amigo Adom, al que siempre llama hermano.

En Marruecos, permanece seis meses esperando su oportunidad que se presentó
de imprevisto la madrugada del quince de diciembre. Dos días más tarde, tras una dura
travesía, la embarcación en la que viajaba llega por sus propios medios a la costa de
Lanzarote.
̶ ̶ Por favor Ibrahim, habla con tus amigos para que no arriesguen su vida.
Muchos mueren en el mar.
̶ ̶ Fue muy duro, estuvimos dos días en el mar, pero a veces, alguien tiene que
arriesgar su vida para salvar a los suyos. Un día te lo contaré todo porque ya eres de mi
familia.
Días más tarde, el cayuco en el que viajaba su amigo Adom, también consigue
llegar a Tenerife y ambos amigos se reencuentran en el campamento de las Raíces.
Después de permanecer un mes en Tenerife, Ibrahim, acepta el traslado
voluntario a la península.
El veinte de enero llega a Almería donde pensaba quedarse y pedir asilo político,
pero su familia en Ghana le comunica que un primo lejano de su padre vive con su
esposa en Barcelona y ha prometido ayudarle.
̶ ̶ Tiene la misma sangre que mi padre, es mi hermano. Él me ayudará, me ha
dado su palabra.
Si todos entendiésemos que nuestra palabra por sí misma debería ser un
compromiso incondicional e inquebrantable, que cumplir con ella nos dignifica y nos
enriquece ante nuestros ojos y ante los demás, nuestra vida sería muy diferente. Pero,
desgraciadamente, en el mundo occidental hace tiempo que no solo éste, sino muchos

otros valores se nos han escapado por la puerta de atrás sin darnos cuenta, ocultos en un
sinfín de escusas absurdas. No sé bien en qué momento, alguien decidió que debíamos
dejar constancia de todo, firmado, sellado y testimoniado. La confianza es hoy más
desconfiada que nunca.
Gracias a la buena labor de la Cruz Roja, que le paga el billete de autobús de
Almería a Barcelona, Ibrahim consigue reunirse con su familiar. Él ha encontrado la
protección de un hogar, pero muchos están obligados a vivir en condiciones precarias
porque esta burocracia absurda les obliga a esperar tres años hasta poder solicitar su
documentación.
Puedo entender que nuestro sistema esté colapsado, que España y sobre todo
Canarias, con la limitación de su territorio y de sus recursos, no pueda asumir la
avalancha de migrantes que un día sí y otro también llegan a nuestras costas. Pero, ¿qué
esperaba el hombre blanco? ¿Expoliar el continente africano y que sus habitantes
permanecieran impasibles siglo tras siglo? Estamos pagando las consecuencias de tanta
usurpación que han tenido que soportar desde que los europeos se adueñaran de sus
vidas, anularan sus costumbres, sus lenguas, sus creencias y delimitaran las fronteras en
su propio beneficio.
Quizás, si los dejásemos en paz, si dejásemos de explotar sus minas y sus
caladeros y no los asfixiásemos con tanta deuda externa, África no lloraría por la
pérdida de tantos jóvenes que tienen que abandonar su pueblo en busca de una vida
digna.
Ibrahím me dice constantemente que Europa le ha cambiado, que ya no es el
mismo chico que salió de su pueblo, que sus deseos son otros. Realmente yo no creo

que sea Europa quien le ha cambiado, sino todas las piedras con las que se ha ido
tropezando en cada esquina del camino.
Afortunadamente, ninguna de ellas ha podido anular el optimismo con el que
afronta su futuro. Refugiado en su religión musulmana y sus rezos, confía plenamente
en que a partir de ahora, todo cambiará.
̶ ̶ ¡Insha’Allah, mommy! Rezo por ti y por tu familia. Este es el mejor de sus
deseos que cada vez que hablamos me dedica.
Un día le pedí que tirara a la basura aquel abrigo azul de la vergüenza, en el que,
aunque no lleve ningún escrito visible, puede leerse desde muy lejos una insensata
advertencia, ¡cuidado, migrante ilegal!
Antes de que me lo preguntes te responderé. Sí, le he enviado dinero, si por
dinero entiendes comprarle unos zapatos y recargar su móvil.

Bajo ninguna circunstancia debemos dejar pasar la oportunidad que se nos presenta, el
momento es ahora, este ahora no volverá nunca. Si no lo aprovechamos pasará para
siempre. No siempre el destino está dispuesto a esforzarse tanto.
Aprendamos a vivir como seres humanos.
“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos
aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”
Martín Luther King.
Gracias a todos los que hicieron posible que todas estas felices coincidencias fueran
sucediendo.
Gracias Paco, estaré eternamente agradecida contigo.
Gracias Ibrahim por enseñarme tanto, a cambio de tan poco.

Publicado por

Las letras sabias de Cande

ESTUDIOS Licenciada en Filología por la universidad de La Laguna. 1994. Certificado de aptitud pedagógica. 1995 Diploma de participación en las II Jornadas de Humanidades Clásicas en la Universidad de la Laguna.(1988). Diploma de participación en el II Curso La Literatura Erótica Greco-latina.(1989). Diploma del Curso sobre la Elaboración de Unidades Didácticas. (1997). Diploma del curso Modelo Constructivo. (1997). Diploma de participación en el curso La Mujer en el Mundo Antiguo. (1993). Diploma de participación en el curso I Semana Canaria sobre el Mundo Antiguo. (1992). Diploma de participación en el curso II Semana Canaria sobre el Mundo Antiguo. (1993). Diploma de participación en el curso III Semana Canaria sobre el Mundo Antiguo. (1994). Diploma del curso de formación profesional: Inglés Gestión Comercial. (2001). EXPERIENCIA LABORAL Profesora en la Academia Jaeva (Arrecife). 1994-2000. Situación Laboral actual: Propietaria de la Academia Argana Alta.

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