Cuando las grises ventiscas
amenazan con arrancarme
el último aliento de mi alma malherida
y el ruido machacante silencia
mi agonizante risa, casi ahogada
por las lágrimas de mis ojos tristes.
Cuando mi esperanza,
en su desesperada huida por salvarse,
tropieza torpemente en las esquinas
y cae triste y abatida.
Entonces, mi Varadero,
regreso a ti,
a tu amor de azulado inquieto,
a tus caricias saladas de tu alborada brisa,
a tu marea mansa de septiembre.
Y reencuentro,
en mis huellas indelebles,
mis pasos olvidados
sobre tus piedras pardas y blancas.
Y espero,
con el silencio del atardecer,
agazapada entre los sombríos charcos,
tus besos fugaces de espuma blanca.
Y aguardo,
bajo el cielo pintado de estrellas,
la ritual danza entre la luna llena y la marea.
Vuelvo a ti, mi Varadero,
mi eterna sonrisa, mi remanso.
El Varadero, San Andrés y Sauces.